No sé dónde estoy, ni qué lugar
ocupo.
Así se podría resumir gran parte de mi día a día actual. Una vez más me encuetro en una de esas etapas de transición que llevan a un cambio en mi vida, y que arrastran tras ella la evolución y la temida madurez de la edad adulta. Pero es no es lo que me asusta, mis miedos son otros, mis temores tienen nombre y apellidos: Anabel Arévalo.
Pero ante todo, una advertencia aunque pueda parecer un grito de salvación, es justo lo contrario es una oda a favor del miedo, y un himn o de lucha contra él, porqué para vencer tus temores primeros los has de afrontar, analizar y luego DERROTAR.
Hace apenas una semana me despedía por completo de la universidad donde, más o menos, he pasado alrededor de 4 años de mi vida y donde he vivido buenos y malos momentos, pero sobre todo dónde me he ido convirtiendo en lo que ahora mismo soy, una chica con más miedos pero con más valor, con menos coraje pero más guerrera y más sencilla peroa la vez más compleja. Paradojas que forman eso que ahora mismo SOY.
De todas maneras mis miedos se esconden en este presente que no creo que se vaya a convertir en futuro. No sé hasta que punto me gusta lo que soy o lo que quiero ser, no sé hasta qué punto puedo aguantar sin disfrutar de cada momento de mi vida, porqué no sé hasta cuando voy a aguantar desperdiciar este tiempo limitado que caduca a cada segundo y que no tiene marcha atrás.
Pero la respuesta no es fácil. Es como una lágrima permanente en un rostro al que impide hacerlo brillar con luz propia. Una lágrima que cae hasta desaparecer, pero que a pesar desear nacer de una carcajada es solo el producto de una agonía y una muerte anunciada.
Tal y como titulaba Gabriel García Márquez, es la crónica de una muerte anunciada, pero no sé de qué muerte, ¿de mi lágrima o de mi caracajada?